El Comú de Lleida ya cabalga

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A primeros de año daba cuenta desde estas mismas páginas de la presentación en público de la plataforma comúdelleida, del proyecto que trabaja para unir ciudadanos, movimientos, asociaciones y partidos con marcada sensibilidad social para construir una candidatura ciudadana al gobierno de la Paeria en las elecciones del próximo año.
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A pesar de nuestros esfuerzos, al principio hubo algo de confusión. Cosas del directo, como suele decirse, y de la perplejidad propia de quienes sospechan de las nuevas propuestas, y de la desconfianza en la que años de mala política nos ha ubicado a muchos, e incluso en algún caso de un pelín de mala fe. Que si éramos los tapados de algún partido político, que si éramos un intento de fragmentar y desestabilizar la izquierda, que si éramos un nuevo partido que competiría con los que ya existen, que si no éramos más que unos soñadores que desapareceríamos cuatro días después de presentarnos…
Seis meses después, las piezas empiezan a colocarse en su lugar. Hace meses que estamos en diálogo con personas, asociaciones, movimientos y partidos con los que creemos que compartimos nuestros ideales de transparencia, de participación, de bien común, de sensibilidad por la actual situación de emergencia social, de garantía de los derechos básicos. Y, francamente, las cosas no pintan nada mal. Lo que encontramos en general son importantes dosis de generosidad, de buena predisposición, de capacidad de renuncia a algunas de las cosas que, por suerte, nos hacen diferentes, para hacer posibles las muchísimas que compartimos.

Hace meses que estamos en diálogo con personas, asociaciones, movimientos y partidos con los que creemos que compartimos nuestros ideales de transparencia, de participación, de bien común, de sensibilidad por la actual situación de emergencia social, de garantía de los derechos básicos. Y, francamente, las cosas no pintan nada mal.

Es cierto también que, con la misma buena predisposición y vocación de servicio y de transformación, hay personas y agrupaciones muy importantes para la ciudad que no acaban de ver claro que sean compatibles la acción más de base y a pie de calle con la presencia en las instituciones, con la entrada en el «sistema», o que sea factible compatibilizar los movimientos más de base con la colaboración con los partidos que podríamos llamar más establecidos. Del mismo modo, claro, que los partidos pueden tener ciertas prevenciones sobre la operatividad de las propuestas más abiertas.
Por mi parte, estoy convencido de que resultan imprescindibles la acción a pie de calle, la transformación de lo cotidiano, la resistencia al sistema. Sin ellas no hay transformación social posible. Como tampoco hay transformación social posible sin entrar en las instituciones, sin convertir la indignación en votos, en organización, en rigor, en presupuestos.
Tan convencido como lo estoy de que los votantes de algunos partidos políticos, y los mismos partidos, incluso aquellos que en algún momento nos han podido decepcionar muy seriamente a unos u otros, quieren realmente contribuir a cambiar las cosas. Tan convencido como estoy de que todos aquellos que se comprometan a luchar por unos ideales compartidos deben caber en este proyecto ciudadano, urgente como no lo había sido en décadas.

«¡Mama! ¡Yo seré alcaldesa! Y cuando lo sea, no habrá nadie que necesite dinero y todo el mundo tendrá comida para él y para sus hijos»

Leía el otro día en un blog un artículo tan cálido como incisivo que acababa «¡Mama! ¡Yo seré alcaldesa! Y cuando lo sea, no habrá nadie que necesite dinero y todo el mundo tendrá comida para él y para sus hijos». Era una niña de 6 años quien así se expresaba, y sólo la esclerosis emocional y moral que a menudo nos afecta a los adultos permite la inacción y las excusas ante el dolor ajeno. La situación es de radical emergencia. Como siempre lo ha sido en tantos lugares del mundo y sólo unos pocos reaccionan. Pero ya se sabe que de lejos todo se ve más pequeño y que es necesario un plus de sensibilidad, de conocimientos, de compromiso. ¿Será posible, sin embargo, que de cerca tampoco lo veamos, que no lo queramos ver? ¿Que tengamos la desvergüenza de aplazar el trabajo conjunto para aportar soluciones?
Todavía no es el momento de anunciar quién se ha sumado al carro y quién no lo ha hecho, aunque sé de alguien a quien le urge saberlo, porque ciertamente no es cómodo no saber qué es lo que te puede llegar a caer encima. Pero las cosas piden su tiempo, y no por correr mucho llegaremos antes. Despacio, y buena letra. Sin prisas, pero sin pausa. Empezamos marchando al paso. Ahora ya vamos al trote. Y a la vuelta del verano, después de acabar de encajar las piezas, comenzará el galope. Abróchense los cinturones.

Joan Manel Bueno. Profesor de filosofía y escritor,
Miembro del
comúdelleida.

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