En el Día de la Mujer, en mayúsculas, tendemos a fijarnos en biografías de mujeres “admirables”, que han hecho “grandes” cosas en la vida. Ahora que miramos las placas de las calles con otros ojos, veremos nombres como Martina Castells, la primera mujer en España en doctorarse en medicina. O la de María Sauret, que contribuyó en la resistencia de Lleida en 1707. Pero no encontraremos a Fátima, que pide a sus profesoras que la suspendan para poder seguir estudiando aunque sea repitiendo curso porque su familia le obliga a dejarlo al acabar la secundaria. Ni tampoco a Carme, que exigía cada día a sus tres hijos que recogiesen la mesa a pesar de ser una cosa de niñas. Ninguna placa con el nombre de Maite, que se siente estafada porque retrasó su maternidad para avanzar en su carrera profesional y continúa cobrando menos que sus compañeros. Ni el de Lorena, que da el pecho a su hijo en una cafetería entre miradas, aún, de desaprobación. Ninguna calle para Mercè, Dulce, Eli, Marta, Pepa, Laia, Berta o Emma que día a día se visten de superheroínas para poder ser mujeres. Aquí y ahora. Si reconociéramos las “pequeñas” biografías veríamos que así escribimos la Historia. Nos daríamos cuenta de que no nos pueden imponer un único modelo de mujer. Que hoy es el Día de Todas. Es el día de la libertad que deberíamos tener para elegir nuestra propia aventura, la de la Mujer que queremos ser. Incluso hoy es el día para celebrar con los hombres que la igualdad les hará libres. A unas y a los otros.
Imagen de Reginald Pentinio en Flickr
